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La Navidad, desde sus orígenes Celtas

La Navidad, tal y como la conocemos hoy en día, se basa en la tradición religiosa del nacimiento de Jesús, la visita de los reyes magos y los milagros hechos por Santa Claus (San Nicolás).

Sin embargo, las fiestas navideñas sólo se empezaron a celebrar a partir de la Edad Media, y fueron los papas de aquella época quienes fijaron la fecha en el 25 de diciembre, precisamente para que los fieles prestasen menos atención a las fiestas paganas del solsticio de invierno y más a las celebraciones religiosas. Incluso el típico árbol de navidad tiene un origen celta.

El solsticio de invierno es el día más corto del año. Esto es así porque se trata del momento en que la tierra está más inclinada con respecto al sol, y por ello recibe menos luz. Este momento era considerado por muchas culturas como inicio del año.

En estas celebraciones, principalmente se dedicaban a prepararse para el final de la vuelta de rueda, sacando toda impronta vibracional que acumularon durante esa etapa y evitar así arrastrarla a la nueva repetir viejos patrones inconscientes, que llevaría a repetir patrones tóxicos o de malas decisiones. Así, podían afrontar un nuevo ciclo o vuelta de rueda de la manera adecuada para tener una mejor experiencia de vida.

En la cultura celta, la festividad del solsticio de invierno recibía el nombre de Yule. El Yule designa el momento en que la rueda del año está en su momento más bajo, preparada para subir de nuevo.

En Escandinavia existía la tradición de celebrar el Yule con bailes y fiestas. También se sacrificaba un cerdo en honor de Frey, dios del amor y la fertilidad, que según la creencia controlaba el tiempo y la lluvia.

Durante la festividad de Yule era tradicional quemar el tronco de Yule, un largo tronco de árbol que iba ardiendo lentamente durante toda la temporada de celebraciones, en honor del nacimiento del nuevo sol. De esa tradición proceden los pasteles en forma de tronco (troncos de chocolate) que hoy en día se comen en Navidades.

Los antiguos celtas creían que el árbol representaba un poder, y que ese poder protegía y ayudaba al árbol.

Los bosques sagrados servían como templo a los germanos.

 

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