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Cuento celta de la noche de San Juan

Hace mucho, mucho tiempo, cuando el mundo era joven y los dioses y los duendes poblaban la tierra, una joven pareja celta salió de caza para celebrar la fiesta del solsticio de verano, que, como todos los años, iba a tener lugar, unos días después, la noche del 23 de junio. Tras mucho caminar en el claro de un bosque divisaron un hermoso corzo y persiguiéndolo consumieron la mayor parte del día.

Al anochecer, cuando las primeras luces de los astros comenzaban a centellear en el cielo, lo divisaron, muerto de cansancio, postrado bajo las ramas de un frondoso árbol, a la orilla de un río de aguas muy rápidas. Les miraba resignado con sus grandes ojos muy abiertos. Pero cuando ya iban a atraparlo, el viejo roble que lo guardaba, apiadado del bello animal, enredó a la mujer en sus raíces, que sobresalían del suelo, y la arrojó al agua. Intentó socorrerla su novio pero la corriente se la llevo inmediatamente río abajo. En los dos días siguientes el joven guerrero celta buscó sin desmayo a su amada por todo el curso del río hasta que, sin darse cuenta, llegó al mar. Era de noche y desesperado se derrumbó sobre la arena de la playa llorando desconsoladamente por la pérdida de su amor.

Era el 23 de junio, la víspera de San Juan. Pero cuando más desconsolado se hallaba el joven, un viejo druida, de largas y blancas barbas, se le acercó y, tras oír su historia, comenzó a apilar los restos de una vieja barca, que como esqueletos de madera reposaban al pie de una duna, hasta construir una enorme hoguera. Luego de prender fuego, así le habló:

«Joven guerrero, hoy es la noche de San Juan, que precede al día más largo del año. Implórale al Padre Sol que te devuelva a tu amada, salta a esta hoguera sin temor y, si tu amor es verdadero, no te quemarás y podrás ascender con el fuego hasta el camino de estrellas desde donde podrás contemplarla.»

Y el joven celta así lo hizo y cuando sus pies estaban a punto de tocar el fuego una misteriosa fuerza lo elevó, ascendiendo, por entre la columna de humo, con las chiribitas y rescoldos que crepitaban en las llamas. Jamás se supo nada del joven, ni si este finalmente encontró a su amada, pero lo que si es cierto es que desde entonces, en la Noche de San Juan, miles de mozos gallegos saltan sus hogueras en busca de su amor.

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